Mientras la figura se acercaba, la niña se dio cuenta que era una mujer embarazada a punto de dar a luz.
Salffattu garu muccatin goota tate tuni gara dubartitti hiqixee akkan jetteen, “Dubarti tana walwajjiin turuu qabna,” namooni ishes kana murtesan.” Dubarti kanafi da’imaa ishees hala gariin tursisina.”
Tímida pero valientemente, la pequeña niña se acercó a la mujer. “Tenemos que cuidar de ella,” decidieron los familiares de la niña pequeña. “Ella y su bebé estarán a salvo con nosotros”.
Todos empezaron a discutir. “Prometimos que cuidaríamos de la madre y su hijo, y eso es lo que haremos,” decían algunos. “¡Pero ellos nos van a traer mala suerte!” decían otros.
Dubartittin amma illee qophaa isshe taate. Da’imaa rakkisaa kana waangotuu walaaltee. Esse akka deemitu wallalte.
Y así fue como la madre volvió a quedar sola otra vez. Se preguntaba qué hacer con este extraño bebé. Se preguntaba qué hacer consigo misma.
Pero finalmente tuvo que aceptar que ese era su bebé y que ella era su madre.
Da’immichi otto akkuma sanatti jiratee garii ture. Garuu da’immni harree kun dafee guddata dugda hadhii ti ol ta’e. Ammalli isaas akka amala namaa ta’u hindandenyee. Harmeen isas yeroo hunda dadhabdde isaa nufatti. Yeroo tokko tokko hojii beellada hojadhu jetiin.
Si el niño se hubiera quedado del mismo tamaño, todo habría sido diferente. Pero el niño burro creció y creció hasta que su madre no pudo cargarlo más en su espalda. Y no importaba cuánto lo intentase, el niño burro no lograba comportarse como un niño humano. Su madre se la pasaba cansada y frustrada. A veces ella le ordenaba hacer trabajo de animales.
Burro sentía cada vez más confusión y rabia. Que no podía hacer esto, que no podía hacer aquello. Que él no podía ser esto ni aquello. Un día se puso tan furioso que botó a su madre al suelo de una patada.
Harrichi bayee salfate. Hamma danda’ee tokko figichan faggate deeme.
Burro se sintió lleno de vergüenza. Corrió tan rápido y lejos como pudo.
Yeroo inni figicha dhabu, halkan wantureef harreen kara bade. “Hii haaw,” jedhe dukkanti iyye. “Hii haaw?” jedhe dukkani itti debisee. qophaa isaa ture. Otto figgu bolla kessati kufe.
Cuando dejó de correr, ya era de noche y Burro estaba perdido. “¿Hiaaa?” susurró en la oscuridad. “¿Hiaaa?” le respondió su eco. Estaba solo. Se acurrucó y cayó rendido en un sueño profundo e intranquilo.
Harren olka’ee nama dulooma ija itti basu arge. Gara jarsa kana ilaale abdi xinno argate.
Cuando Burro despertó, había un extraño anciano mirándolo. Burro le miró a los ojos y comenzó a sentir una chispa de esperanza.
Harriche deeme jarsaa wan bayee isaa barsisee kan wajjiin jirachuf murtesse. Harrichis bayee dhagefate, barates. Walgargarin wajiin kolfaa jiratan.
Burro se fue a vivir con el anciano, quien le enseñó muchas formas diferentes de sobrevivir. Burro escuchaba y aprendía, y lo mismo hacía el anciano. Se ayudaban y reían juntos.
Burro encontró a su madre, sola y llorando por su hijo perdido. Se quedaron mirándose a los ojos por largo tiempo. Luego se abrazaron muy apretadamente.
El hijo burro y su madre ya llevan tiempo creciendo juntos y han aprendido a convivir. Lentamente, otras familias se han instalado a vivir cerca de ellos.